Víctor, tus novelas tienen un ritmo cinematográfico, casi de thriller. ¿Cómo trabajas la estructura narrativa para mantener la tensión?
Más que un esquema rígido, trabajo con una brújula emocional: sé hacia dónde va la tensión, pero permito que los personajes me sorprendan en el camino. Escribo con los ojos cerrados, literalmente, dejando que las escenas se proyecten en mi mente. Los capítulos breves son mi herramienta para dosificar el suspense. Cada uno es como un clip de esa película interna, esa imagen que te golpea y te pincha mientras lees para no dejarte respirar.
Hay un contraste fuerte entre la vida festiva de los personajes al inicio y el descenso al caos. ¿Querías mostrar una crítica o advertencia?
Quería mostrar que la vida es como una baraja de cartas: hoy tienes el as en la mano y mañana ni siquiera llegas a repartir. Un error mínimo, como cruzar la calle sin mirar o confiar en quien no debes, puede cambiarlo todo. Es algo que me obsesiona: ¿dónde está el límite entre control y caos?
Los personajes viven aventuras extremas y situaciones límite. ¿Qué papel juega la adrenalina en la historia?
Mantener a los personajes en un subidón de adrenalina es clave. Cuando están al límite, todo se intensifica: los sonidos, los olores, cada decisión… Yo mismo lo siento al escribir. Y en momentos tan tensos, los lectores están más profundizados dentro del libro.
En Secretos ocultos, el control desde las sombras es un eje central. ¿Cómo desarrollaste ese universo conspirativo?
¿Cómo se teje una conspiración? En mi caso quise darle un toque místico, fue mirar a Odín con otros ojos: ese dios nórdico que sacrifico un ojo por sabiduría, pero que en mi libro es capaz de sacrificar a cualquiera con tal de mantener su poder. Me obsesiono la idea de que los dioses no son héroes ni villanos, sino entidades con sus propias agendas sucias. ¿Sabes lo más inquietante? Odín ya gobernaba mediante cuervos que espiaban para él.
Ahora, en las siguientes entregas, me toca mostrar hasta donde llega su juego. No solo quiero que los lectores vean sus maquinaciones, sino que se pregunten: ¿Que es capaz de hacer para conseguir su objetivo?
¿Cómo manejas el equilibrio entre acción, emoción y reflexión en tu estilo narrativo?
La verdad es que no me obsesiono mucho con el equilibrio perfecto entre acción, emoción y reflexión. Soy de los que piensan que si una historia no te mantiene con el corazón acelerado, ¿para qué sirve? Quiero que mis lectores sientan ese latido en cada página, como si estuvieran corriendo para escapar de algo. Pero claro, solo acción cansa, ¿no?
Por eso me meto en la piel de cada personaje. No me basta con describir lo que hacen; necesito sentir su miedo, su rabia, sus dudas. A veces escribo una escena de acción frenética y luego me detengo en un detalle pequeño, un temblor en las manos, un recuerdo que asalta en el peor momento, para que el lector no solo vea el puñetazo, sino que lo viva desde dentro.
Al final, lo que busco es que la tensión no sea solo física, sino emocional. Que incluso en los momentos más calmados, el lector sienta que algo está a punto de estallar
¿Hay alguna escena que recuerdes con especial intensidad al escribirla? ¿Alguna que te removiera especialmente?
Intentaré no dar mucho espóiler. Hay dos escenas en Secretos Ocultos que me marcaron. La primera fue en los juegos macabros donde los protagonistas son los premios… Yo soy muy aprensivo, pero para escribir tengo que meterme de lleno. Recuerdo cerrar los ojos y vivir esos momentos sangrientos, mientras sudaba. Fue como grabar una película de terror en primera persona, me costaba respirar. Pero sabía que si yo no lo sentía, nadie lo haría al leerlo.
Y luego está el reencuentro de los hermanos. Esa fue distinta: corta, sin florituras, pero con una carga emocional que me aplastó. No quería lágrimas épicas, sino ese silencio incómodo donde se nota que el cariño sigue ahí. La familia es el campo de batalla más cruel, creo yo.
¿Te inspiras en películas o libros para crear tus tramas? ¿Algún autor o director que te haya marcado?
¡Claro que me inspiro! Es necesario saber como llevar algo que tienes en la mente, observar, aprender y plasmar tu obra. En Cambios de vida tenía muy presente el ritmo de La Casa de Papel, esos giros que te dejan: ¡¡¡Que va a pasar ahora!!! Por otro lado, el morbo adolescente de Élite, pero llevado a mi terreno. Quería que mis personajes sudaran, cometieran errores, y sobre todo, que su amistad fuera real.
Luego llegó Secretos Ocultos y Joël Dicker. ¡Ese tipo es un mago de los juegos mentales! Aprendí cómo dosifica sus revelaciones, como si cada página fuera una pieza de dominó colocada para que al final todo caiga. Intenté absorber su manera de hacer que hasta un diálogo trivial esconda tres capas de mentiras… aunque mi estilo sigue siendo más salvaje y menos pulido. Al fin y al cabo, yo prefiero un cuchillo en la mano que un guante de seda.
En lo literario, ¿cómo ha evolucionado tu escritura del primer libro al segundo? ¿Qué has aprendido como narrador?
¡Uf, el salto entre el primer y segundo libro fue como pasar de ir en bicicleta con ruedines, a poder descender una montaña con una bicicleta de descenso! Al principio escribía casi a lo loco, dejándome llevar por la adrenalina de la trama, pero después de recibir críticas, y consejo de personas muy valiosas para mí, entendí que no bastaba con tener ideas buenas… había que construirlas mejor.
Joël Dicker fue mi profesor involuntario. De él aprendí que los giros no valen si no están sembrados desde la primera página, que los diálogos deben tener doble fondo, y que hasta la escena más frenética necesita respirar para que el lector sienta el golpe. Pero ojo, no quería perder mi esencia, esa naturalidad que engancha. Así que seguí escribiendo como siempre, pero ahora con más herramientas, como un atleta que descubre las barritas energéticas para aguantar la carrera sin rampas.
Lo más importante que aprendí: antes quería que me leyeran; ahora quiero que no puedan parar de leerme.
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